Los recuerdos y la ciudad de la furia
- Milano
- 12 ago 2019
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 19 oct 2020
“Me veras volar, por la ciudad de la furia”
El tiempo perdió relevancia desde que abracé el caos para vagar errante por el mundo. He visto al sol surgir y desaparecer en el horizonte surcando los cielos desde Turquía hasta Bogotá, atravesando los Andes desde Venezuela hasta la Argentina. Me he perdido entre carreteras desiertas al amanecer, entre el neón y el glamour de las noches parisinas, donde entre las grietas, brillan las pupilas dilatadas de los parias de la noche, sin dientes, hambrientos. He extrañado a mi pueblo frente al mar de San Sebastián y me he encontrado bajo la mirada triste de Lucifer desde las alturas entre las calles de Madrid y Barcelona. Una vez, en un bar, en Bordeaux nos encontramos, y viéndome solo compartimos una copa, mientras con sus ojos azules, y su boca de fuego me aconsejaba dejar ir los recuerdos. Al día siguiente peregriné hasta Notre Dame, y me arrodillé frente al gran arquitecto bajo las luces tenues de los vitrales que se hicieron para su gloria. Turistas coreanos lloraban frente a las reliquias engastadas en oro de nuestro señor Jesucristo celosamente resguardadas en la capilla de los devotos templarios. En mi pueblo dicen que hay que estar bien con Dios y con el Diablo, por eso aprendí a caminar entre el negro y el blanco... Después de un sueño lúcido de 8 meses, y 21 días (8+2+1, suman 11, el número del ritual) desperté en Buenos Aires. De lejos, en tiempo y en espacio, pareciera que mi tierra ya no existe, si no tan solo en los recuerdos de los que vagamos errantes. Ahora, en la ciudad de la furia, recuerdo las noches Mérideñas y lo fácil que era perderse en el triángulo de las bermudas. Los domingos en la pedregosa, los paseos por el Valle, las clases de astrología, las cervezas con Rafael, Luca, Mariana y Carlos julio en el Ático. Son tantos los recuerdos y los nombres que podría llenar tomos enteros: Manuel, Bloyd, Ronald, el gordo Daniel, Parra, el profe Abi, tantos más... Camino por congreso, esperando a Majo que está por llegar. Mientras un pastor evangélico micrófono en mano arenga al público y predica contra el matrimonio homosexual; llama necios a los que le han dado la espalda a Dios envanecidos por lo que creen es sabiduría. Los 3 reyes magos bajo el inclemente sol del verano porteño comparten birras y se toman fotos con las personas en el parque; un fisura, fumando marihuana, me pregunta ¿donde hay algún boliche gay?. Sigo mi camino entre risas. Observando el paisaje pienso: En Buenos Aires los colores son en HD, nunca vi un cielo tan azul, un verde tan verde y un negro nocturno tan parecido al terciopelo, contrastando las luces de sus teatros y su obelisco. Tampoco vi nunca tantos personajes tan heterogéneos en el mismo escenario interactuando entre ellos, Buenos Aires debe ser el más esplendido manicomio del mundo. Sin embargo, nunca me sentí tan real ni tan vivo.
Cerati me susurra al oído:
"Me veras volar
Por la ciudad de la furia
Donde nadie sabe de mi
Y yo soy parte de todos
Con la luz del sol
Se derriten mis alas
Solo encuentro en la oscuridad
Lo que me une con la ciudad de la furia"
Ah, ahí llega Majo, jeans y franela negra, su pelo tan negro, su rostro tan blanco, sus labios rojos, sonrientes. Todo tan vivo bajo el fuerte sol. No sé si sigo dormido, puede que todo sea el sueño de un vagabundo, alucinaciones de otro loco. Sin embargo, todo parece real. Le doy un beso, sí, debe ser real. Me vuelvo a guardar mis recuerdos, vamos a caminar por la ciudad. Por la ciudad de la furia.
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