top of page
Buscar

Sueño 1: Portaaviones y laberintos

  • Foto del escritor: Milano
    Milano
  • 22 ago 2019
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 22 sept 2019

Hubo una época en la que traspasado el velo onírico reconocía estar soñando y conservaba la potestad de mi consciencia. Podía escoger caminos, reconocer el absurdo; podía incluso hablar con proyecciones del pasado y no temer ante la presencia de monstruos o demonios que reconocía como partes de mí mismo. Recuerdo una vez, por ejemplo, en la que amanecí charlando sobre el alma y la dualidad con un hombre que, aunque no podía ver de frente, podía percibir como una sombra negra con sombrero. sin embargo, no sé qué ocurrió, o más bien cuando, pero esa consciencia comenzó de a poco a diluirse haciéndome sentir en algún modo abandonado ¿Abandonado por mis sueños? no lo sé... Ahora sueño poco, casi nada, y lo que para mí es peor, cuando ocurre puedo verme presa de mis emociones; no siendo ya su conductor. Una araña blanca, un ser de otra galaxia, una mujer con ojos de gato o un escenario apocalíptico pueden infundirme hoy en día un pánico de muerte. Igualmente, ahora olvido las historias y consejos que complejos arquetipos solían entregarme en dimensiones llenas de luz, en el interior de una pirámide, de boca a oído, por venerables hierofantes, o desde las fauces de una terrible serpiente en en las entrañas de obscura caverna. ¿Me habré vuelto cobarde de golpe, o quizás más consciente de que un día llegará un sueño del que no voy a despertarme? ¿Yo qué sé?... Lo cierto es que ésta mañana me levanté de golpe, contrariado, con una extraña sensación de desconcierto. ¿Sabes esas veces en que del sueño profundo, de golpe, estás despierto, sin pasar por esa finísima frontera que hay entre el sueño y la vigilia? Pues así me desperté. Acababa de soñar: soñé que era un marino, sí, un marino vestido de impoluto blanco. Además, me veía un más alto y un poco más viejo; la sombra de mi barba se veía ya de un gris más bien plateado. Estaba allí junto a otro hombre, un poco mayor todavía de lo que yo me veía, aunque no viejo. Igualmente vestido por entero de blanco, aunque su uniforme dejaba claramente ver que era un oficial de rango superior. Estábamos los dos allí, lado a lado, sobre un portaaviones vacío en el medio del océano. No había costa visible, solo mar, y aunque el sol caía perpendicular en el horizonte por el oeste, ni el océano, ni el cielo ofrecían los colores rojizos de la tarde. Por el contrario, el océano parecía más bien de la plata más bruñida, lo que debía ser agua parecía más bien sólido. El cielo sin nubes exhibía el azul más intenso, y el sol de un brillo cegador, casi blanco, mucho más grande y más brillante de lo que lo percibimos en nuestra realidad parecía detener el tiempo. Por alguna razón que aún no comprendo, frente aquel espectáculo sentí una tremenda ola de nostalgia mezclada con una infinita alegría y sin ningún control no pude más que romper en llanto. Mi superior, sin dejar de mirar hacia el sol solo dijo: "Sí, de verdad te hace pensar en lo efímero de la vida ¿seguirá estando todo esto aquí después de nosotros?". Pronunciadas aquellas palabras, mi superior se encaminó hacia el interior de la torre de control del portaaviones, y tratando de contenerme lo seguí, pero lo seguí no como un militar a su superior si no más bien como el adepto devoto que sigue a su gurú. Una vez traspasada la puerta hacia el interior de aquella máquina me encontré solo y perdido. Del portaaviones no había rastro, ahora me encontraba errante en un edificio de ladrillos que parecía un laberinto, pero un laberinto lleno de escaleras; a la vez horizontal y vertical, como en un cuadro de M.C. Escher. Unas escaleras llevaban a callejones sin salida y otras a magníficos jardines. Lo más curioso es que había dejado yo de ser un marino para convertirme ahora en un muchacho regordete de liceo. De hecho iba de camisa polo azul y con una mochila negra a mis espaldas tal como los estudiantes de primer año en Venezuela. Sin embargo, seguía en mí viva la idea de buscar a aquel maestro, a aquel capitán, y frente a una hermosa fuente blanca en medio de un jardín donde se veían a otros muchachos disfrutando del agua clara todo deviene en negro... Quería continuar hasta el final, pero no pude, ya no puedo...



 
 
 

Comentarios


Join my mailing list

Thanks for submitting!

© 2023 by The Book Lover. Proudly created with Wix.com

bottom of page